Estaba completamente sólo con Nazareno y una señora que nunca supe quien era y pase un rato muy tranquilo hasta que empezó el partido de Brasil. Momento en el que apareció una señora que nunca supe si era madame Maze pero supuse, ya que cuando entro y me vio sentado, sin decirme nada se me acerco, me sonrió, me tomó la mano y me la froto cariñosamente, una sensación extraña pero muy familiar…
Desde esa tarde al caminar un poco hacia los pequeños Lençois y después de este encuentro sentí que las cosas fluían nuevamente en su curso a diferencia de la sensación que me había quedado de días anteriores.
Casi me deja el transporte por una mala comunicación entre la agencia y la posada, al fin salí hacia los Lençois que me emocionaban sobremanera.
Empezamos con Lagoa Esperanza en la cual no tarde nada en entrar al agua después de mirar atónito los increíbles colores verdes esmeralda y azul turquesa que le dan las algas y una especie de lirio que viven en el interior. Las lagunas de una dimensión considerable no alcanzan los 4 metros de profundidad, le vegetación que se encuentra dentro es muy particular y al estar dentro tienes la sensación de que vendrá un animal desconocido y te llevara bajo el agua.
Como nada de esto ocurre, los bañistas de todas las edades disfrutan del refrescante chapuzón después de caminar entre las dunas que parecerían hirvientes a cada paso pero en realidad la arena está fría ya que todo el tiempo se está removiendo de lugar con el viento.

Al poder nadar otro rato en esta laguna el guía nos llamo para juntarnos todos los grupos en una de las dunas más altas y más próximas a donde habían quedado los vehículos para ver el atardecer el cual me apetecía más bien contemplarlo sólo donde pudiera tener un poco de silencio y sentir la maravilla de la duna transformandose a cada instante con el movimiento del viento. El sol fue bajando y los colores de amarillo a naranja se empezaron a notar y los rayos que se iban apagando se reflejaban sobre las lagunas dándoles un color tornasol único.
Fue una pena que antes de que terminara de bajar el sol los guías comenzaron a llamarnos para abordar los vehículos. El espectáculo era para disfrutarlo hasta el último rayo de luz de tal forma que se pudiese contemplar en su totalidad la gama de colores que prenden las dunas en montañas doradas y las lagunas en espejos de agua.
El regreso nostálgico, con una sensación de querer quedarse interminablemente se fue disolviendo mientras lo últimos tonos naranja intenso y morados se iban fundiendo en el cielo y se hacía presente el pensamiento de «ni modo el viaje debe continuar»…